Con el placer de nadar en piscinas y en el mar, comencé a nadar con plena conciencia de los parámetros físicos: el entorno, mi cuerpo y sus componentes, pero también de la importancia de la mente. Gracias a esto, pude enfocarme en las sensaciones mientras preservaba mi energía para buscar la armonía con el agua. Mejoré mi técnica, la gestión de mi respiración y la interacción con el agua. Curiosamente, descubrí que mis sensaciones mejoraban incluso después de largos descansos sin nadar.
Con el tiempo, comprendí que no estaba hecho para la velocidad, sino para la resistencia, aunque mis tiempos no fueran buenos en ambos casos. La natación en aguas abiertas, menos estresante, se adapta mejor a mi funcionamiento en modo diésel. Disfruté nadando en mi única competición en aguas abiertas, saboreando el camino recorrido hasta llegar allí. Estoy agradecido por la ayuda de mis seres queridos y entrenadores.